La llamada profesión docente
constituye,
sin
lugar
a
dudas,
una
de
las
actividades
que
ha
invitado
al
estudio
y
reflexión
en
la
historia
del
pensamiento
occidental.
No
importa
cuáles
sean
las
denominaciones
con
las
que
se
ha
definido
esta
práctica:
maestro,
profesor,
enseñante
o
docente,
existe
una
amplia
evidencia
del
interés
por
analizar
esta
práctica
aún
antes
de
que
se
conformara
el
sistema
educativo
del
estado
nacional.
De
esta
manera,
griegos,
romanos,
o
bien
los
padres
de
la
iglesia
de
San
Agustín
a
Tomás
de
Aquino1,
dejaron
diversos
reflexiones
sobre
el
maestro,
las
de
estos
dos
últimos
autores
sosteniendo
una
cosmovisión
de
la
docencia
como
apostolado,
proyectando
una
identidad
profesional
cercana
a
una
tipificación
de
“prototipos
de
hombres”
—modelo
ideal—
que
de
alguna
forma
tiene
cierta
repercusión
aún en nuestros días.
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